Todo depende de cómo se defina la seguridad. El perfil de seguridad
exigido a una vacuna para su aprobación y uso, es muy superior al de
cualquier otro fármaco. Por ello los efectos adversos graves
demostrados, asociados causalmente a las vacunas son extraordinariamente
remotos. El riesgo “cero” no existe en ninguna actuación humana,
tampoco cuando usamos vacunas. Si comparamos los potenciales riesgos con
los beneficios podemos decir que las vacunas son muy seguras
¿Cuáles son los efectos adversos tras la administración de la vacuna?
Depende en parte de la vacuna, pero son efectos comunes como
molestias locales de tipo dolor, enrojecimiento o inflamación. Menos
frecuentes son los síntomas generales como malestar o fiebre, sobre todo
con las vacunas atenuadas.
Es importante preguntar a las personas a vacunar (o a sus tutores, en
su caso) acerca de la existencia de problemas de tipo alérgico para
prevenir efectos adversos, que aunque raros, pueden ser graves. Lo
“malo” que acontece después de recibir una vacuna no significa
necesariamente que “la culpa” sea de la vacuna. Secuencia no es
consecuencia.
¿Qué efectividad tienen las vacunas? ¿Qué se puede prevenir?
En los últimos 60 años, las vacunas han conseguido eliminar varias
enfermedades de amplias zonas geográficas. Se ha erradicado la viruela,
en menos de 30 años la polio paralítica ha pasado de 400.000 casos
anuales a menos de 1.000 en la actualidad. y la mortalidad por sarampión
y por tétanos maternal y neonatal se ha reducido en 5 veces en los 10
últimos años. Si aplicáramos vacunas “teóricamente disponibles”
(neumocócica conjugada, sarampión, hepatitis B, rotavirus, Haemophilus
influenzae b …) evitaríamos cada año más de cuatro millones de muertes,
fundamentalmente en niños menores de 5 años.
¿Qué consecuencias puede conllevar no vacunar a un niño?
Si la proporción de “no vacunados” es muy reducida hay,
temporalmente, cierta protección por un fenómeno de inmunidad de grupo
(el niño “no tiene de quién infectarse”). Si las coberturas vacunales
bajan, la enfermedad reaparece. Hay números basados en experiencias en
este sentido con enfermedades como la tos ferina o el sarampión. A
principios de los años 80 había en España, cada año, unos 300.000 casos
de sarampión y 30-40 muertes. Si interrumpiéramos la vacunación
volveríamos en unos años a ese escenario.
Hay voces, incluso algún médico, que alertan que las vacunas
son ineficaces y producen efectos colaterales y eso produce una enorme
confusión entre la población.
Las políticas de vacunación han de basarse en criterios de
beneficio-riesgo demostrados, no en aspectos de fe (creer en lo no
demostrado por la experiencia, la razón o la ciencia). La OMS, las
agencias que regulan el uso de fármacos, las autoridades sanitarias, las
sociedades científicas o la industria farmacéutica son organizaciones y
sistemas imperfectos y comenten errores. Pero al igual que sucede con
los sistemas políticos democráticos, no conocemos nada mejor.
Si no actuamos con cordura podemos perder terreno en los grandes
avances conseguidos con las políticas de vacunación desplegados en los
últimos años, que hemos de consolidar y extender a otros países, al
tiempo que desarrollar nuevas vacunas para hacer frente a viejas y
nuevas enfermedades.