miércoles, 10 de abril de 2013

¿Son seguras las vacunas?


Todo depende de cómo se defina la seguridad. El perfil de seguridad exigido a una vacuna para su aprobación y uso, es muy superior al de cualquier otro fármaco. Por ello los efectos adversos graves demostrados, asociados causalmente a las vacunas son extraordinariamente remotos. El riesgo “cero” no existe en ninguna actuación humana, tampoco cuando usamos vacunas. Si comparamos los potenciales riesgos con los beneficios podemos decir que las vacunas son muy seguras

¿Cuáles son los efectos adversos tras la administración de la vacuna?

Depende en parte de la vacuna, pero son efectos comunes como molestias locales de tipo dolor, enrojecimiento o inflamación. Menos frecuentes son los síntomas generales como malestar o fiebre, sobre todo con las vacunas atenuadas.
Es importante preguntar a las personas a vacunar (o a sus tutores, en su caso) acerca de la existencia de problemas de tipo alérgico para prevenir efectos adversos, que aunque raros, pueden ser graves. Lo “malo” que acontece después de recibir una vacuna no significa necesariamente que “la culpa” sea de la vacuna. Secuencia no es consecuencia.

¿Qué efectividad tienen las vacunas? ¿Qué se puede prevenir?

En los últimos 60 años, las vacunas han conseguido eliminar varias enfermedades de amplias zonas geográficas. Se ha erradicado la viruela, en menos de 30 años la polio paralítica ha pasado de 400.000 casos anuales a menos de 1.000 en la actualidad. y la mortalidad por sarampión y por tétanos maternal y neonatal se ha reducido en 5 veces en los 10 últimos años. Si aplicáramos vacunas “teóricamente disponibles” (neumocócica conjugada, sarampión, hepatitis B, rotavirus, Haemophilus influenzae b …) evitaríamos cada año más de cuatro millones de muertes, fundamentalmente en niños menores de 5 años.
 

¿Qué consecuencias puede conllevar no vacunar a un niño?

Si la proporción de “no vacunados” es muy reducida hay, temporalmente, cierta protección por un fenómeno de inmunidad de grupo (el niño “no tiene de quién infectarse”). Si las coberturas vacunales bajan, la enfermedad reaparece. Hay números basados en experiencias en este sentido con enfermedades como la tos ferina o el sarampión. A principios de los años 80 había en España, cada año, unos 300.000 casos de sarampión y 30-40 muertes. Si interrumpiéramos la vacunación volveríamos en unos años a ese escenario.
Hay voces, incluso algún médico, que alertan que las vacunas son ineficaces y producen efectos colaterales y eso produce una enorme confusión entre la población.
Las políticas de vacunación han de basarse en criterios de beneficio-riesgo demostrados, no en aspectos de fe (creer en lo no demostrado por la experiencia, la razón o la ciencia). La OMS, las agencias que regulan el uso de fármacos, las autoridades sanitarias, las sociedades científicas o la industria farmacéutica son organizaciones y sistemas imperfectos y comenten errores. Pero al igual que sucede con los sistemas políticos democráticos, no conocemos nada mejor.
Si no actuamos con cordura podemos perder terreno en los grandes avances conseguidos con las políticas de vacunación desplegados en los últimos años, que hemos de consolidar y extender a otros países, al tiempo que desarrollar nuevas vacunas para hacer frente a viejas y nuevas enfermedades.

Fuente: La Vanguardia/Salud