- El consumo de aceite de oliva contribuye a la sensación de saciedad
- Una de las claves de este efecto saciante podría estar en el aroma
La fortuna de la grasa de la dieta está experimentando una transformación insospechada.
Tras décadas de persecución y aprisionamiento en la parte más elevada y
prohibida de la clásica pirámide nutricional, su inocencia, al menos de
alguna de las grasas, está siendo vindicada por la evidencia
científica.
Además, esto no solo está ocurriendo con la grasa que comemos, sino
también con la grasa que acumulamos. Resulta que no toda la grasa
corporal es igual; está la "mala", conocida en los círculos médicos y
científicos como la "visceral"; la "menos mala" o incluso neutra, que es
la subcutánea; y por fin la "buena", que es la grasa marrón.
Pero volvamos a la grasa de los alimentos y más específicamente a la
representada por nuestro aceite de oliva, que ha estado en el candelero
las últimas semanas y muy merecidamente. En esta sección, se ha recogido
el éxito del estudio PREDIMED, demostrando de manera inequívoca su capacidad de proteger de las enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, a pesar de las evidencias saludables, a los críticos de
la grasa les quedaba un argumento evidente y termodinámicamente
indiscutible. La grasa contiene por unidad de peso más del doble de calorías
(9 kcal/gramo) que las proteínas o los hidratos de carbono (4
kcal/gramo), por lo tanto, es muy fácil argumentar que la grasa de la
dieta promueve más fácilmente la obesidad.
Esta divulgada conexión entre la grasa de la dieta y el exceso de
grasa corporal ha llevado durante décadas a la proliferación en las
estanterías de los supermercados de productos bajos en grasa
o con cero grasa, con el propósito de facilitarnos el control del peso y
no acabar siendo una víctima de la epidemia de obesidad que nos invade.
Sin embargo, las estadísticas nos revelan que la multiplicación de
estos productos 'light' no parecen haber frenado el avance de la
obesidad en lo más mínimo, ya que hecha le ley, hecha la trampa y estos
productos nos dan una falsa sensación de seguridad que nos lleva a
acabar comiendo más de la cuenta.
La relación tan aparentemente lógica entre consumo de grasa
alimentaria y acumulación de grasa corporal se ha tambaleado ante el
anuncio de que nuestra grasa culinaria por excelencia, el aceite de
oliva, puede incluso contribuir a la tan deseada pérdida de peso.
La explicación a esta aparente paradoja hay que buscarla en el hecho de
que el mayor aliado que tiene la obesidad es nuestra dificultad de
controlar el apetito en un ambiente en el que casi constantemente
estamos tentados por la oportunidad de comer. Es precisamente en esta
situación que el aceite de oliva puede venir a nuestro rescate ya que su
consumo contribuye a hacernos sentir más "llenos", más "satisfechos" y a resistir mejor las "tentaciones alimentarias".
Causas del efecto saciante
Algunos de los mecanismos que hacen al aceite de oliva tan único para
cumplir esta misión han sido elucidados recientemente por científicos
de la Universidad Técnica de Múnich y de la Universidad de Viena. Estos
investigadores estudiaron durante varios meses, en una serie de
voluntarios, los efectos sobre la saciedad y el peso de cuatro grasas diferentes
(manteca, mantequilla, colza y oliva) consumidas como parte de un
suplemento basado en yogur. El grupo que consumió el yogur conteniendo
aceite de oliva experimentó los efectos más beneficiosos. Por una parte,
su sangre tenia niveles más altos de la hormona serotonina (asociada
con la saciedad y el bienestar) y, por otra parte, ninguno de ellos
aumentó de peso o de grasa corporal.
Estos resultados sorprendieron a los investigadores ya que, basados
en que la composición de ácidos grasos de los aceites de colza y de
oliva son similares, habían vaticinado efectos similares para los dos
aceites. Esto les llevó a buscar la razón por la cual el aceite de oliva
batía indiscutiblemente al de colza. La pesquisa científica les llevó a
descubrir que la clave parecía estar en el aroma.
Para demostrar esta hipótesis, llevaron a cabo un segundo experimento
en el que dieron a los voluntarios bien un yogur con extracto aromático
de aceite de oliva o bien yogur natural. Los resultados fueron
concluyentes: los que recibieron el yogur natural consumieron casi 200
calorías más por día que los que recibieron el yogur suplementado con
los aromas de aceite de oliva, y de nuevo se obtuvieron los efectos
beneficiosos de la elevación de la hormona serotonina en sangre.
Finalmente, en una serie de experimentos pudieron concretar que dos aldehídos aromáticos
(hexanal y E2-hexenal) eran los candidatos más probables a ser
responsables de la saciedad asociada con el consumo de aceite de oliva.
Esta no es la primera demostración de que el aceite de oliva puede
ayudar al control del apetito. Otros investigadores habían informado ya
hace cinco años en la revista 'Cell Metabolism' efectos similares pero
con mecanismos diferentes que, en ese caso, estaban relacionados con la
conversión intestinal del ácido oleico (el mayor componente del aceite
de oliva) en una hormona conocida como oleoiletanolamida que es también
capaz de controlar el apetito.
Esto no nos debe conducir a pensar que todas las grasas son inocuas o
que reúnen las bondades del aceite de oliva y que, por lo tanto,
podemos consumirlas sin mesura. El mensaje que nos debe quedar es que el
aceite de oliva tiene cabida dentro de una dieta equilibrada y que su
consumo sensato puede reportarnos todo tipo de beneficios desde
cardiovasculares hasta neurológicos incluyendo el de no ser insensatos
con el consumo excesivo de otros alimentos.
Fuente: El Mundo/Salud